jueves, 1 de junio de 2017
tengo curiosidad...
Hola amigos, me sorprende gratamente que a veces cuando reviso mi blog, encuentro con que el mismo tiene en determinados días, varias visitas (entre 15 y 25), me gustaría mucho saber si es con alguna finalidad determinada. A mí solo me queda el registro de la cantidad de visitas pero no el lugar específico de donde son, me encantaría saber por donde andarán volando esas lecturas...un cordial saludo, y gracias por leerme Annabel
viernes, 26 de diciembre de 2014
Mañana sin falta…
Abrió el placard y sorbiendo lentamente un té, recorrió con la vista las perchas de las polleras. Sacó la de pied de poule y levantó la mirada a los estantes de los buzos. Deslizó los dedos por las distintas pilas y se detuvo en el verde. Lo tiró en la cama y se imaginó dentro. Separó un par de botas de cuero y supervisó las condiciones del abrigo. El té estaba particularmente exquisito. Se sentó al borde de la cama, cruzó las piernas y decidió terminarlo sin apuro, tenía tiempo todavía.
El ascensor se abrió y en simultáneo al ruido del metal de las puertas, retumbó la grave voz del doctor Duarte por el pasillo. “Porquerías chinas descartables”, fue lo último que dijo antes de dar el paraguas contra el piso y patearlo hacia el rincón. Avanzó con las llaves en la mano, se paró frente a la puerta de su clínica y miró la hora. Pegó la frente a la puerta y suspiró profundamente.
“Buenas tardes doctor”, le dijo su asistente antes que terminara de entrar. “Buenas”, respondió apenas y siguió muy apurado hacia uno de los consultorios, con el portafolio hacia adelante como si fuera abriéndose camino. Se trancó y pidió que no lo interrumpieran. Necesitaba ver otra vez los resultados…
Mientras miraba la lluvia pasaba la lengua por el paladar áspero, disfrutaba de esa sensación particular que le dejaba el té bien cargado. Ver correr a la gente la ponía nerviosa y sólo pensar que en un rato sería parte de aquella carrera demencial, la abrumaba. Bajó las cortinas con mucha pereza y decidió empezar a aprontarse. Preparó una bañera bien caliente y se hundió entre la espuma. Segundos después sacó su cabeza, y llevó su pelo hacia atrás pegándolo a la nuca, estiró su brazo izquierdo hacia arriba, torneándolo lentamente de un lado a otro, le encantaba ver como los pompones de jabón bajaban acariciándola, hasta podía detenerlos con sólo flexionarlo…y dejarlos seguir…o soplarlos y hacerlos desaparecer…y hacer lo mismo con el otro brazo… y apoyar su cabeza en la bañera… y escuchar… Naná Mouskouri cantaba desde la sala.
“Doctor…ya llegó el tercer paciente…” sonó como en susurros desde el intercomunicador. “En cinco minutos haga pasar al primero”, contestó sin apartar la vista de los papeles. Se tiró para atrás y empezó a repasar su día al compás intermitente del golpe de la lapicera en el escritorio. El reloj había sonado a las siete, se sentó en la cama y calculó que tenía veinte minutos para llegar, se levantó, bajó a la cocina y tomó tres tragos del café que lo esperaba humeante, las tostadas quedaron sin tocar, recordó que hasta imaginó el placer de la mordida crujiente, pero no tenía tiempo… y en este punto rebobinó un poco el recuerdo: había salido sin saludar… Condujo muy rápido hasta llegar a la avenida, después, un par de semáforos en rojo lo habían puesto definitivamente de muy mal humor, estacionó en la calle, cruzó y entró al hospital. Una guardia muy complicada…sumamente complicada…eterna… el hambre que sintió, fue el aviso que era hora de irse, compró una porción de pizza en la cantina y la comió mientras volvía a la calle. Había empezado a llover, recordó la paradoja y sonrió…tanta agua alrededor y yo muerto de sed, había pensado… el laboratorio tiene dispensadores, en cinco minutos estaría allí… ¿qué pasó después? El trayecto lo había borrado… la sed lo concentró en sí mismo…no recordaba como había llegado al laboratorio, pero sí el placer de los dos vasos de agua fría que tomó en la sala de espera…el gesto amable de la asistente…el sobre… el diagnóstico…tampoco recordó como había llegado hasta acá, hasta su clínica, hasta el consultorio… “Doctor…perdón… me dijo la muchacha que pasara…” una mujer muy vieja le extendía la mano con una sonrisa entrecortada…doctor… ¿está bien?... la anciana inclinó su cabeza hacia el hombro izquierdo, como desorientada, el doctor la miraba, hacía esfuerzo por escucharla pero no podía… una de las tantas gotas de lluvia que pendía de su pelo blanco cayó en la solapa, se deslizó y demoró una eternidad en caer… ¿doctor…?
El agua se había enfriado y las yemas estaban llenas de surcos…”hora de salir” pensó… Toalla, peine, cremas, secador…ritual estricto que cada vez insumía más tiempo. Volvió al dormitorio para vestirse y de nuevo observó satisfecha su elección. La ropa interior, las medias de lycra, la falda, las botas…mientras subía el segundo cierre, pensó cuanto más práctico hubiera sido ser hombre…se paró frente al espejo y dejó para el final el buzo…el brazo izquierdo, el derecho, la suavidad del tejido bajando por su cuerpo y la caricia lenta en la cara, sacó con cuidado el pelo hacia afuera y un placer tibio le envolvió el cuello…deslizó sus palmas por el talle y suspiró…sólo faltaba perfume…
El octavo paciente fue el último. El día más largo de su vida parecía estar terminando. Colgó la túnica en el perchero y apretó el botón del intercomunicador. “Solicite una reunión urgente con el doctor Del Valle por favor…” “estamos a dos días del ateneo doctor… ¿igual solicito una?” “si” respondió, pensó en no dar explicaciones pero igual agregó: “es por otro asunto…”
Ya no llovía, el paraguas definitivamente sería una carga, fastidiada avanzaba calle arriba intentando evitar las baldosas flojas, miró su reloj pulsera y bajó el ritmo de su paso, sólo estaba a dos cuadras y a diez minutos de la cita. Una viejita avanzaba lentamente en la misma dirección unos metros más adelante, a modo de péndulo se bamboleaba hacia los costados, los zapatos desbocados se rellenaban en cada envión lateral, y el abrigo gastado y muy largo parecía que iba a meterse en los huecos que iban dejando los pies a cada paso. Cuando se disponía a rebasarla, sintió que la mujer la miró y se detuvo, “pobre…capaz que la asusté “pensó, le sonrió como pidiendo disculpas y se adelantó, la fachada del edificio de la clínica se distinguía media cuadra más adelante.
Bajó del ascensor con el abrigo en el brazo y sin el portafolios, giró a la derecha y antes de bajar los tres escalones que lo separaban de la puerta de entrada, la vio aparecer tras los vidrios… siempre elegante…siempre hermosa…siempre perfecta…siempre…mientras giraba la llave pensó en el absurdo de la palabra que quedó retumbando en su cabeza…
“Hola doc” le dijo con una sonrisa, mientras le rodeaba el cuello… “¿Qué tal tu día?” Él fingió una mueca indiferente y la besó en la frente…”rutina…” contestó. Ella lo miró a los ojos y pudo percibir algo extraño pero no insistió. “La mesa de siempre está reservada”, le dijo ya tomada de su brazo orientándose hacia la dirección del restaurante. “Muy bien” dijo él mientras se ponía el abrigo. “¿Pudiste levantar mis estudios?” preguntó ella en tono casual mientras acomodaba el cuello de su buzo. “No”…dijo él…”estuve muy entreverado a mediodía…mañana sin falta paso…” Encogió los hombros resignada, el tono indiferente no la sorprendió. “Mañana sin falta” repitió para sí… suspiró profundo, ajustó su bolso en el hombro y perdió la vista hacia adelante. En sentido contrario, a pocos metros una figura avanzaba hacia ellos… desalineada, bamboleante, dentro de unos zapatos enormes, ahí estaba la vieja como péndulo de nuevo, ahora de frente, regalándole una sonrisa desdentada. “¿La conocés?” preguntó él, entrecortando curioso la marcha. “No” respondió ella… Esta vez, la vieja no se detuvo…
Abrió el placard y sorbiendo lentamente un té, recorrió con la vista las perchas de las polleras. Sacó la de pied de poule y levantó la mirada a los estantes de los buzos. Deslizó los dedos por las distintas pilas y se detuvo en el verde. Lo tiró en la cama y se imaginó dentro. Separó un par de botas de cuero y supervisó las condiciones del abrigo. El té estaba particularmente exquisito. Se sentó al borde de la cama, cruzó las piernas y decidió terminarlo sin apuro, tenía tiempo todavía.
El ascensor se abrió y en simultáneo al ruido del metal de las puertas, retumbó la grave voz del doctor Duarte por el pasillo. “Porquerías chinas descartables”, fue lo último que dijo antes de dar el paraguas contra el piso y patearlo hacia el rincón. Avanzó con las llaves en la mano, se paró frente a la puerta de su clínica y miró la hora. Pegó la frente a la puerta y suspiró profundamente.
“Buenas tardes doctor”, le dijo su asistente antes que terminara de entrar. “Buenas”, respondió apenas y siguió muy apurado hacia uno de los consultorios, con el portafolio hacia adelante como si fuera abriéndose camino. Se trancó y pidió que no lo interrumpieran. Necesitaba ver otra vez los resultados…
Mientras miraba la lluvia pasaba la lengua por el paladar áspero, disfrutaba de esa sensación particular que le dejaba el té bien cargado. Ver correr a la gente la ponía nerviosa y sólo pensar que en un rato sería parte de aquella carrera demencial, la abrumaba. Bajó las cortinas con mucha pereza y decidió empezar a aprontarse. Preparó una bañera bien caliente y se hundió entre la espuma. Segundos después sacó su cabeza, y llevó su pelo hacia atrás pegándolo a la nuca, estiró su brazo izquierdo hacia arriba, torneándolo lentamente de un lado a otro, le encantaba ver como los pompones de jabón bajaban acariciándola, hasta podía detenerlos con sólo flexionarlo…y dejarlos seguir…o soplarlos y hacerlos desaparecer…y hacer lo mismo con el otro brazo… y apoyar su cabeza en la bañera… y escuchar… Naná Mouskouri cantaba desde la sala.
“Doctor…ya llegó el tercer paciente…” sonó como en susurros desde el intercomunicador. “En cinco minutos haga pasar al primero”, contestó sin apartar la vista de los papeles. Se tiró para atrás y empezó a repasar su día al compás intermitente del golpe de la lapicera en el escritorio. El reloj había sonado a las siete, se sentó en la cama y calculó que tenía veinte minutos para llegar, se levantó, bajó a la cocina y tomó tres tragos del café que lo esperaba humeante, las tostadas quedaron sin tocar, recordó que hasta imaginó el placer de la mordida crujiente, pero no tenía tiempo… y en este punto rebobinó un poco el recuerdo: había salido sin saludar… Condujo muy rápido hasta llegar a la avenida, después, un par de semáforos en rojo lo habían puesto definitivamente de muy mal humor, estacionó en la calle, cruzó y entró al hospital. Una guardia muy complicada…sumamente complicada…eterna… el hambre que sintió, fue el aviso que era hora de irse, compró una porción de pizza en la cantina y la comió mientras volvía a la calle. Había empezado a llover, recordó la paradoja y sonrió…tanta agua alrededor y yo muerto de sed, había pensado… el laboratorio tiene dispensadores, en cinco minutos estaría allí… ¿qué pasó después? El trayecto lo había borrado… la sed lo concentró en sí mismo…no recordaba como había llegado al laboratorio, pero sí el placer de los dos vasos de agua fría que tomó en la sala de espera…el gesto amable de la asistente…el sobre… el diagnóstico…tampoco recordó como había llegado hasta acá, hasta su clínica, hasta el consultorio… “Doctor…perdón… me dijo la muchacha que pasara…” una mujer muy vieja le extendía la mano con una sonrisa entrecortada…doctor… ¿está bien?... la anciana inclinó su cabeza hacia el hombro izquierdo, como desorientada, el doctor la miraba, hacía esfuerzo por escucharla pero no podía… una de las tantas gotas de lluvia que pendía de su pelo blanco cayó en la solapa, se deslizó y demoró una eternidad en caer… ¿doctor…?
El agua se había enfriado y las yemas estaban llenas de surcos…”hora de salir” pensó… Toalla, peine, cremas, secador…ritual estricto que cada vez insumía más tiempo. Volvió al dormitorio para vestirse y de nuevo observó satisfecha su elección. La ropa interior, las medias de lycra, la falda, las botas…mientras subía el segundo cierre, pensó cuanto más práctico hubiera sido ser hombre…se paró frente al espejo y dejó para el final el buzo…el brazo izquierdo, el derecho, la suavidad del tejido bajando por su cuerpo y la caricia lenta en la cara, sacó con cuidado el pelo hacia afuera y un placer tibio le envolvió el cuello…deslizó sus palmas por el talle y suspiró…sólo faltaba perfume…
El octavo paciente fue el último. El día más largo de su vida parecía estar terminando. Colgó la túnica en el perchero y apretó el botón del intercomunicador. “Solicite una reunión urgente con el doctor Del Valle por favor…” “estamos a dos días del ateneo doctor… ¿igual solicito una?” “si” respondió, pensó en no dar explicaciones pero igual agregó: “es por otro asunto…”
Ya no llovía, el paraguas definitivamente sería una carga, fastidiada avanzaba calle arriba intentando evitar las baldosas flojas, miró su reloj pulsera y bajó el ritmo de su paso, sólo estaba a dos cuadras y a diez minutos de la cita. Una viejita avanzaba lentamente en la misma dirección unos metros más adelante, a modo de péndulo se bamboleaba hacia los costados, los zapatos desbocados se rellenaban en cada envión lateral, y el abrigo gastado y muy largo parecía que iba a meterse en los huecos que iban dejando los pies a cada paso. Cuando se disponía a rebasarla, sintió que la mujer la miró y se detuvo, “pobre…capaz que la asusté “pensó, le sonrió como pidiendo disculpas y se adelantó, la fachada del edificio de la clínica se distinguía media cuadra más adelante.
Bajó del ascensor con el abrigo en el brazo y sin el portafolios, giró a la derecha y antes de bajar los tres escalones que lo separaban de la puerta de entrada, la vio aparecer tras los vidrios… siempre elegante…siempre hermosa…siempre perfecta…siempre…mientras giraba la llave pensó en el absurdo de la palabra que quedó retumbando en su cabeza…
“Hola doc” le dijo con una sonrisa, mientras le rodeaba el cuello… “¿Qué tal tu día?” Él fingió una mueca indiferente y la besó en la frente…”rutina…” contestó. Ella lo miró a los ojos y pudo percibir algo extraño pero no insistió. “La mesa de siempre está reservada”, le dijo ya tomada de su brazo orientándose hacia la dirección del restaurante. “Muy bien” dijo él mientras se ponía el abrigo. “¿Pudiste levantar mis estudios?” preguntó ella en tono casual mientras acomodaba el cuello de su buzo. “No”…dijo él…”estuve muy entreverado a mediodía…mañana sin falta paso…” Encogió los hombros resignada, el tono indiferente no la sorprendió. “Mañana sin falta” repitió para sí… suspiró profundo, ajustó su bolso en el hombro y perdió la vista hacia adelante. En sentido contrario, a pocos metros una figura avanzaba hacia ellos… desalineada, bamboleante, dentro de unos zapatos enormes, ahí estaba la vieja como péndulo de nuevo, ahora de frente, regalándole una sonrisa desdentada. “¿La conocés?” preguntó él, entrecortando curioso la marcha. “No” respondió ella… Esta vez, la vieja no se detuvo…
jueves, 5 de febrero de 2009
Convocados
El cumpleaños de su amiga era esa noche, ella no iría pero mandaría a alguien con un regalo de su parte y tal vez enmendaría en algo la falta. En la confluencia de las dos enormes avenidas, el tráfico particularmente denso complicaba el estacionamiento, la gente apurada de un lado al otro parecía querer llegar a tiempo alguna parte. Bajo un momento espérenme por acá…yo que sé…diez minutos. Cerrando la puerta del auto lo vio, eso era lo ideal para ella, el color, el tamaño, justo ese mismo. El corredor estrecho del local apenas permitía el paso, la gente se iba, todo el mundo se iba, los empleados conversaban entre sí sin la menor intención de atenderla. Quería ese, el de la punta, el verde. ¿Por favor me lo mostrás? Solicitó amablemente mientras lo señalaba con el índice. Sí como no. La empleada desplegó sobre el mostrador tres bolsos aplastados, uno transparente con lunares de colores, otro rojo brillante y otro blanco y negro a cuadros. No. Quiero aquel. El verde. Sí, son estos, contestó la mujer con cara indefinible, inmediatamente y con una sonrisa bobalicona le comentó: capaz que aquellos te gustan más… Muchos bolsos iguales al que había elegido colgaban de percheros que estaban fuera del local, al fondo, más allá de un césped muy bien cortado, luminoso. Si, uno de esos por favor. Como no, pasá, hizo un ademán sugiriendo la dirección. Cruzaron el espacio verde, espléndido, prolijo, y pudo percibir el aire fresco que anunciaba prematuramente la noche. Ese está bien, sepáremelo, lo pago con tarjeta. Como no, hacés el trámite adelante y yo te lo entrego. La gente se seguía yendo, torpemente, apurada.
¿Dónde metí mi billetera? Pucha…nunca encuentro nada acá adentro…aquellos me van a matar les dije diez minutos…acá está. No…no está, y esto…? Su mano izquierda sostenía una tarjeta extraña, era verde, intensamente verde con letras plateadas, algunas se despegaron y cayeron al suelo, las que quedaron en el plástico formaban un nombre desconocido…Elsa? No al revés, Esla…Tarde…? Alcanzó a leer antes de que cayera la T. Esto no es mío!!! Y reanudó una búsqueda exhaustiva en su cartera ¿Dónde están mis documentos? Los perdiste, dijo la mujer con la misma expresión, con la misma sonrisa estática. No puede ser. No importa pago en efectivo y ya vengo. Volvió a atravesar el césped con una luz ya disminuida. La cajera jugando despedía a un niño que también se apuraba por salir. Doscientos cincuenta y nueve pesos. Barato, que suerte. Me lo entrega por favor, estoy un poco apurada. En el fondo te lo envuelven. Cruzó nuevamente y la mujer de la sonrisa seguía allí. ¿Ya está pronto? ¿Lo qué? El bolso señora por favor! Ah!...pero mirá se fueron! Se fueron? ¿Cómo que se fueron? Sí, sonreía la mujer, la gente que vendía estos ya se fue. ¿Cuándo se fue? ¡Fui a pagar y salí!!! Mirá …ya no están, y señaló unas cajas de cartón prolijamente estibadas que ahora ocupaban el lugar de los percheros. ¿Está segura que no hay nadie? Quiero uno, uno sólo y me voy. Aaah!...dijo la mujer mientras golpeaba rítmicamente un bolígrafo en una de sus palmas y se balanceaba de un lado al otro: si no hay nadie yo no puedo hacer nada. Pero ya lo pagué! La mujer encogió los hombros sin modificar esa expresión que se había tornado desesperante. Furiosa cruzó el césped, atravesó el pasillo pero la cajera ya no estaba, miró para atrás y la mujer ya se había ido. Atravesó la puerta que estaba entornada y buscó el auto que la esperaba. No estaba. No estaba allí, ni enfrente ni a la vuelta. La gente no estaba. La calle se llenó de vacío. Los locales conservaban sus puertas abiertas pero no había nadie. Gritó con desesperación el nombre de sus acompañantes una y otra vez. No escuchó ni siquiera un eco. Nada. El desconcierto y el terror comenzaron a apoderarse de su cuerpo hasta que lo desbordaron, todo él era un temblor gelatinoso, el llanto descontrolado le lastimaba el pecho y sólo por puro instinto comenzó a caminar calle arriba en un escalofrío perpetuo, la guiaba el último halo de luz que dibujaba la penumbra. Lo único que escuchaba era el latido de su corazón, que al cabo de unos segundos infinitos se confunde con el trotar suave de un caballo que pasa a su derecha. Un caballo que tira un carro que conduce un hombre de mirada inofensiva, que la mira…que le sonríe y se alivia…hoy no será el único rezagado…
¿Dónde metí mi billetera? Pucha…nunca encuentro nada acá adentro…aquellos me van a matar les dije diez minutos…acá está. No…no está, y esto…? Su mano izquierda sostenía una tarjeta extraña, era verde, intensamente verde con letras plateadas, algunas se despegaron y cayeron al suelo, las que quedaron en el plástico formaban un nombre desconocido…Elsa? No al revés, Esla…Tarde…? Alcanzó a leer antes de que cayera la T. Esto no es mío!!! Y reanudó una búsqueda exhaustiva en su cartera ¿Dónde están mis documentos? Los perdiste, dijo la mujer con la misma expresión, con la misma sonrisa estática. No puede ser. No importa pago en efectivo y ya vengo. Volvió a atravesar el césped con una luz ya disminuida. La cajera jugando despedía a un niño que también se apuraba por salir. Doscientos cincuenta y nueve pesos. Barato, que suerte. Me lo entrega por favor, estoy un poco apurada. En el fondo te lo envuelven. Cruzó nuevamente y la mujer de la sonrisa seguía allí. ¿Ya está pronto? ¿Lo qué? El bolso señora por favor! Ah!...pero mirá se fueron! Se fueron? ¿Cómo que se fueron? Sí, sonreía la mujer, la gente que vendía estos ya se fue. ¿Cuándo se fue? ¡Fui a pagar y salí!!! Mirá …ya no están, y señaló unas cajas de cartón prolijamente estibadas que ahora ocupaban el lugar de los percheros. ¿Está segura que no hay nadie? Quiero uno, uno sólo y me voy. Aaah!...dijo la mujer mientras golpeaba rítmicamente un bolígrafo en una de sus palmas y se balanceaba de un lado al otro: si no hay nadie yo no puedo hacer nada. Pero ya lo pagué! La mujer encogió los hombros sin modificar esa expresión que se había tornado desesperante. Furiosa cruzó el césped, atravesó el pasillo pero la cajera ya no estaba, miró para atrás y la mujer ya se había ido. Atravesó la puerta que estaba entornada y buscó el auto que la esperaba. No estaba. No estaba allí, ni enfrente ni a la vuelta. La gente no estaba. La calle se llenó de vacío. Los locales conservaban sus puertas abiertas pero no había nadie. Gritó con desesperación el nombre de sus acompañantes una y otra vez. No escuchó ni siquiera un eco. Nada. El desconcierto y el terror comenzaron a apoderarse de su cuerpo hasta que lo desbordaron, todo él era un temblor gelatinoso, el llanto descontrolado le lastimaba el pecho y sólo por puro instinto comenzó a caminar calle arriba en un escalofrío perpetuo, la guiaba el último halo de luz que dibujaba la penumbra. Lo único que escuchaba era el latido de su corazón, que al cabo de unos segundos infinitos se confunde con el trotar suave de un caballo que pasa a su derecha. Un caballo que tira un carro que conduce un hombre de mirada inofensiva, que la mira…que le sonríe y se alivia…hoy no será el único rezagado…
lunes, 12 de enero de 2009
A tiempo
El crujiente masticar del perro lo desviaba por instantes de su pugna interna. El tiempo se terminaba, en diez minutos, quince máximo, tendría que estar resuelto. Miró el reloj con desafío y sintió la aguja mayor como una hoz en alto que esperaba la orden. Contempló a su amigo con envidia y se le ocurrió que sería fantástico ser perro. Algunas galletas cayeron del comedero y rodaron por el suelo. El acto casi instintivo de juntarlas lo acercó a un piso resplandeciente, inmaculado, espejado, que le devolvió la imagen casi irreconocible del joven viejo en que se había convertido. Ahora el perro le lamía la cara desacomodándole los lentes. Se los sacó y los limpió con una de las toallitas de cocina perfectamente dobladas, que estaban como siempre en el segundo cajón de la derecha. Buscó la papelera oculta tras una de las puertas de la bajo-mesada, y volvió a la silla. La hoz seguía en alto. La presión que ejercía una mano sobre las falanges de la otra terminó por dolerle. El perro ahora quería agua, lo miraba fijo sentado frente a él deslizando la cola suavemente por el piso, dejando surcos de pelos a diestra y siniestra. Le llenó el tarro con agua pero ya no se sentó. Suspiró profundamente, se pasó las manos por la cabeza y las dejó entrelazadas en la nuca. Miró a su alrededor y se sintió un extraño entre sus cosas. Una cartita apretada con el imán de la heladera lo obligó a detener la mirada.”Llamó Duarte, dice que lo llames, que te solucionó lo que pediste.¿qué le pediste? sacá el perro temprano y traé el pedido del super. Guardá todo por favor!”
Dio media vuelta atravesó un pasillo y salió a la sala donde lo esperaba un bolso mediano lleno de ropa, sólo la de uso frecuente, casualmente cuando empacaba se dio cuenta que también en el ropero tenía muchas cosas que no necesitaba hacía tiempo. Cruzó su abrigo entre las asas y giró en sus pies para salir por la puerta de la cocina. A lo largo del pasillo, la galería de fotos de la pared mostraba imágenes de los dos, rostros felices y lejanos. Se detuvo frente a una que siempre había sido su favorita, dejó el bolso en el suelo para descolgarla pero se arrepintió. El perro se le abalanzó torpemente tirando una lámpara y unos adornos que estaban en un rincón, pensó rezongarlo pero no lo hizo, lo encerró en la cocina para acomodar el desastre. “Podría haber sido peor” pensó, “no se rompió nada”, puso de pie la lámpara y las tres babushkas regordetas ordenadas de mayor a menor, como debían estar siempre. Un recuerdo lo abofeteó... ¿cuántos grados de fiebre tenía su mujer cuando se desvió del baño a acomodarlas? 40...41? Volvió a suspirar y sonrió con tristeza. Miró el reloj y la aguja mayor amenazaba cada vez con más saña. Entró a la cocina y su amigo ya estaba dormido, le hubiera cambiado el lugar sin pensarlo siquiera. Te voy a extrañar, le dijo en voz alta, el perro le dedicó una mirada y se volvió a dormir. Esperó oír la llave en la puerta de entrada para salir por la cocina y evitar el encuentro. Salió silenciosamente y presionó el botón del ascensor. Pudo escuchar su voz menguada tras la puerta “¿tu dueño no llegó?¡qué mar de pelos por favor, qué desastre...!” Escuchando sin oír la cantilena de siempre, apoyó el mentón en el hombro y miró su casa sin poder definir lo que sentía. Entró lentamente al ascensor mientras oía el olfateo intermitente del perro contra la ranura de la puerta. ”Te voy a extrañar” volvió a repetir en un tono apenas perceptible. Los olfateos comenzaron a alternarse con rasguños intensos contra el marco, “estás delatándome”pensó.
El ascensor se cerró y el espejo le mostró una sonrisa desvanecida. Limpió sus lentes, cargó el bolso y metió su mano libre en el bolsillo...
Planta baja, el gong, ladridos lejanos, el inofensivo reloj, la puerta, el viento en la cara...
Annabel
Dio media vuelta atravesó un pasillo y salió a la sala donde lo esperaba un bolso mediano lleno de ropa, sólo la de uso frecuente, casualmente cuando empacaba se dio cuenta que también en el ropero tenía muchas cosas que no necesitaba hacía tiempo. Cruzó su abrigo entre las asas y giró en sus pies para salir por la puerta de la cocina. A lo largo del pasillo, la galería de fotos de la pared mostraba imágenes de los dos, rostros felices y lejanos. Se detuvo frente a una que siempre había sido su favorita, dejó el bolso en el suelo para descolgarla pero se arrepintió. El perro se le abalanzó torpemente tirando una lámpara y unos adornos que estaban en un rincón, pensó rezongarlo pero no lo hizo, lo encerró en la cocina para acomodar el desastre. “Podría haber sido peor” pensó, “no se rompió nada”, puso de pie la lámpara y las tres babushkas regordetas ordenadas de mayor a menor, como debían estar siempre. Un recuerdo lo abofeteó... ¿cuántos grados de fiebre tenía su mujer cuando se desvió del baño a acomodarlas? 40...41? Volvió a suspirar y sonrió con tristeza. Miró el reloj y la aguja mayor amenazaba cada vez con más saña. Entró a la cocina y su amigo ya estaba dormido, le hubiera cambiado el lugar sin pensarlo siquiera. Te voy a extrañar, le dijo en voz alta, el perro le dedicó una mirada y se volvió a dormir. Esperó oír la llave en la puerta de entrada para salir por la cocina y evitar el encuentro. Salió silenciosamente y presionó el botón del ascensor. Pudo escuchar su voz menguada tras la puerta “¿tu dueño no llegó?¡qué mar de pelos por favor, qué desastre...!” Escuchando sin oír la cantilena de siempre, apoyó el mentón en el hombro y miró su casa sin poder definir lo que sentía. Entró lentamente al ascensor mientras oía el olfateo intermitente del perro contra la ranura de la puerta. ”Te voy a extrañar” volvió a repetir en un tono apenas perceptible. Los olfateos comenzaron a alternarse con rasguños intensos contra el marco, “estás delatándome”pensó.
El ascensor se cerró y el espejo le mostró una sonrisa desvanecida. Limpió sus lentes, cargó el bolso y metió su mano libre en el bolsillo...
Planta baja, el gong, ladridos lejanos, el inofensivo reloj, la puerta, el viento en la cara...
Annabel
viernes, 9 de enero de 2009
Dolor adentro
Lloraba hacía horas, había perdido noción del tiempo. Los recuerdos buenos y amargos la habían enredado y la hacían presa una vez más de aquel dolor persistente. Esa tarde decidió arrancárselo, dejarlo salir para siempre, llorar lo que fuera necesario por última vez. Dolor de cabeza, una fatiga extraña, sollozos, inspiraciones involuntarias cada vez menos violentas parecían acreditar su teoría, estaba funcionando. Pensó por un momento cuanto más sencillo sería todo sin aquel peso descomunal. Se estiró en la cama cambiando de posición, presionó sus ojos con las yemas y recorrió las cuencas lentamente secando la humedad, llegó hasta las sienes masajeándolas en forma circular y se convenció de que estaba funcionando. Movió apenas la cabeza hacia la derecha, una lágrima rodó por la mejilla y cayó en la almohada, la del otro ojo quedó presa entre el extremo interno y el caballete. Sos la última pensó, la última, rodó la cabeza lentamente como preparándole una despedida lenta pero definitiva. De cara al techo, sintió que empezaba a delinearle el párpado inferior.
El día gris y ventoso volvía a la memoria, la salida del teatro, Mariana revoloteando con sus alas de mariposa...
-¿Te largaste igual con este día?- La miró sin responder, nada le iba a impedir verla actuar por primera vez.
-¿Querés que te lleve papá?
- No- dijo en un tono áspero - estoy bien- le aseguró, mediante su gesto típico de bajar el mentón y levantar las cejas.
El surco parecía quemarla, cada milímetro que avanzaba parecía que se llevaba la piel también, vino a su mente la imagen de la manteca rebanada por el cuchillo, encaracolándose, su piel así se estaría levantando. Que la arranque pensó, pero que se vaya...
-Estuviste bárbara pichona !!!
-¿Me sacaste fotos abu?
-Una cantidad... pero todavía me quedan... parate contra el afiche y te saco otra...
-No no, que mamá nos saque una a los dos...
El ardor la sacó del recuerdo y la instaló de nuevo en ese dolor empecinado, era una lágrima como tantas que habían rodado esa tarde, era una más, pero ésta quemaba en cámara lenta.
-¿La señora Mónica?
-Si, soy yo ¿quién habla?
- Le hablamos de sala de emergencias, no se alarme...no se alarme...
Las palabras se perdían en un eco cada vez menos perceptible. Volvió a la lágrima. Seguía allí, avanzando lentamente. Parecía saber que sería la última, era como un juego macabro que combinaba tortura y obstinación, pero encerraba una profunda esperanza de alivio.
-¿No le comentó nada sobre los últimos estudios?
-Me dijo que no eran muy distintos a los anteriores, me mostró unas recetas de la medicación de siempre...
-¿Y del tratamiento? Le advertimos que era urgente...
-No, no me comentó nada...
Un movimiento involuntario deslizó la lágrima, dejándola presa unos instantes en el hueco formado por el borde superior del pómulo, sintió que era gigante y que empezaba a desbordarse.
-¿Lo puedo ver?
- Si, por supuesto, pero está sedado.
Intentó recordar una y otra vez cuales habrían sido las últimas palabras que cruzaron, todas eran imágenes recortadas, la tarde del teatro, las fotos, recomendaciones de tránsito, no pudo precisar un orden exacto. La lágrima ahora atravesaba la sien a ritmo acelerado.
Una lluvia pertinaz diluía su encogida imagen tras el vidrio del auto, Mariana que le confirmaba su infinito amor a voces, la bocina anunciando su retirada y sus manos lanzando besos y saludos de despedida configuraban toda la escena. Así decidió recordarlo.
La lágrima se detuvo al borde del oído, la sintió bambolearse al compás de sus latidos, contuvo la respiración, un segundo más y recobraría la paz, pero la ruta del dolor erró el camino, se arrastraba ahora oído adentro, quemando sin piedad, perdiéndose en lo profundo...
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