jueves, 5 de febrero de 2009

Convocados

El cumpleaños de su amiga era esa noche, ella no iría pero mandaría a alguien con un regalo de su parte y tal vez enmendaría en algo la falta. En la confluencia de las dos enormes avenidas, el tráfico particularmente denso complicaba el estacionamiento, la gente apurada de un lado al otro parecía querer llegar a tiempo alguna parte. Bajo un momento espérenme por acá…yo que sé…diez minutos. Cerrando la puerta del auto lo vio, eso era lo ideal para ella, el color, el tamaño, justo ese mismo. El corredor estrecho del local apenas permitía el paso, la gente se iba, todo el mundo se iba, los empleados conversaban entre sí sin la menor intención de atenderla. Quería ese, el de la punta, el verde. ¿Por favor me lo mostrás? Solicitó amablemente mientras lo señalaba con el índice. Sí como no. La empleada desplegó sobre el mostrador tres bolsos aplastados, uno transparente con lunares de colores, otro rojo brillante y otro blanco y negro a cuadros. No. Quiero aquel. El verde. Sí, son estos, contestó la mujer con cara indefinible, inmediatamente y con una sonrisa bobalicona le comentó: capaz que aquellos te gustan más… Muchos bolsos iguales al que había elegido colgaban de percheros que estaban fuera del local, al fondo, más allá de un césped muy bien cortado, luminoso. Si, uno de esos por favor. Como no, pasá, hizo un ademán sugiriendo la dirección. Cruzaron el espacio verde, espléndido, prolijo, y pudo percibir el aire fresco que anunciaba prematuramente la noche. Ese está bien, sepáremelo, lo pago con tarjeta. Como no, hacés el trámite adelante y yo te lo entrego. La gente se seguía yendo, torpemente, apurada.
¿Dónde metí mi billetera? Pucha…nunca encuentro nada acá adentro…aquellos me van a matar les dije diez minutos…acá está. No…no está, y esto…? Su mano izquierda sostenía una tarjeta extraña, era verde, intensamente verde con letras plateadas, algunas se despegaron y cayeron al suelo, las que quedaron en el plástico formaban un nombre desconocido…Elsa? No al revés, Esla…Tarde…? Alcanzó a leer antes de que cayera la T. Esto no es mío!!! Y reanudó una búsqueda exhaustiva en su cartera ¿Dónde están mis documentos? Los perdiste, dijo la mujer con la misma expresión, con la misma sonrisa estática. No puede ser. No importa pago en efectivo y ya vengo. Volvió a atravesar el césped con una luz ya disminuida. La cajera jugando despedía a un niño que también se apuraba por salir. Doscientos cincuenta y nueve pesos. Barato, que suerte. Me lo entrega por favor, estoy un poco apurada. En el fondo te lo envuelven. Cruzó nuevamente y la mujer de la sonrisa seguía allí. ¿Ya está pronto? ¿Lo qué? El bolso señora por favor! Ah!...pero mirá se fueron! Se fueron? ¿Cómo que se fueron? Sí, sonreía la mujer, la gente que vendía estos ya se fue. ¿Cuándo se fue? ¡Fui a pagar y salí!!! Mirá …ya no están, y señaló unas cajas de cartón prolijamente estibadas que ahora ocupaban el lugar de los percheros. ¿Está segura que no hay nadie? Quiero uno, uno sólo y me voy. Aaah!...dijo la mujer mientras golpeaba rítmicamente un bolígrafo en una de sus palmas y se balanceaba de un lado al otro: si no hay nadie yo no puedo hacer nada. Pero ya lo pagué! La mujer encogió los hombros sin modificar esa expresión que se había tornado desesperante. Furiosa cruzó el césped, atravesó el pasillo pero la cajera ya no estaba, miró para atrás y la mujer ya se había ido. Atravesó la puerta que estaba entornada y buscó el auto que la esperaba. No estaba. No estaba allí, ni enfrente ni a la vuelta. La gente no estaba. La calle se llenó de vacío. Los locales conservaban sus puertas abiertas pero no había nadie. Gritó con desesperación el nombre de sus acompañantes una y otra vez. No escuchó ni siquiera un eco. Nada. El desconcierto y el terror comenzaron a apoderarse de su cuerpo hasta que lo desbordaron, todo él era un temblor gelatinoso, el llanto descontrolado le lastimaba el pecho y sólo por puro instinto comenzó a caminar calle arriba en un escalofrío perpetuo, la guiaba el último halo de luz que dibujaba la penumbra. Lo único que escuchaba era el latido de su corazón, que al cabo de unos segundos infinitos se confunde con el trotar suave de un caballo que pasa a su derecha. Un caballo que tira un carro que conduce un hombre de mirada inofensiva, que la mira…que le sonríe y se alivia…hoy no será el único rezagado…