lunes, 12 de enero de 2009

A tiempo

El crujiente masticar del perro lo desviaba por instantes de su pugna interna. El tiempo se terminaba, en diez minutos, quince máximo, tendría que estar resuelto. Miró el reloj con desafío y sintió la aguja mayor como una hoz en alto que esperaba la orden. Contempló a su amigo con envidia y se le ocurrió que sería fantástico ser perro. Algunas galletas cayeron del comedero y rodaron por el suelo. El acto casi instintivo de juntarlas lo acercó a un piso resplandeciente, inmaculado, espejado, que le devolvió la imagen casi irreconocible del joven viejo en que se había convertido. Ahora el perro le lamía la cara desacomodándole los lentes. Se los sacó y los limpió con una de las toallitas de cocina perfectamente dobladas, que estaban como siempre en el segundo cajón de la derecha. Buscó la papelera oculta tras una de las puertas de la bajo-mesada, y volvió a la silla. La hoz seguía en alto. La presión que ejercía una mano sobre las falanges de la otra terminó por dolerle. El perro ahora quería agua, lo miraba fijo sentado frente a él deslizando la cola suavemente por el piso, dejando surcos de pelos a diestra y siniestra. Le llenó el tarro con agua pero ya no se sentó. Suspiró profundamente, se pasó las manos por la cabeza y las dejó entrelazadas en la nuca. Miró a su alrededor y se sintió un extraño entre sus cosas. Una cartita apretada con el imán de la heladera lo obligó a detener la mirada.”Llamó Duarte, dice que lo llames, que te solucionó lo que pediste.¿qué le pediste? sacá el perro temprano y traé el pedido del super. Guardá todo por favor!”
Dio media vuelta atravesó un pasillo y salió a la sala donde lo esperaba un bolso mediano lleno de ropa, sólo la de uso frecuente, casualmente cuando empacaba se dio cuenta que también en el ropero tenía muchas cosas que no necesitaba hacía tiempo. Cruzó su abrigo entre las asas y giró en sus pies para salir por la puerta de la cocina. A lo largo del pasillo, la galería de fotos de la pared mostraba imágenes de los dos, rostros felices y lejanos. Se detuvo frente a una que siempre había sido su favorita, dejó el bolso en el suelo para descolgarla pero se arrepintió. El perro se le abalanzó torpemente tirando una lámpara y unos adornos que estaban en un rincón, pensó rezongarlo pero no lo hizo, lo encerró en la cocina para acomodar el desastre. “Podría haber sido peor” pensó, “no se rompió nada”, puso de pie la lámpara y las tres babushkas regordetas ordenadas de mayor a menor, como debían estar siempre. Un recuerdo lo abofeteó... ¿cuántos grados de fiebre tenía su mujer cuando se desvió del baño a acomodarlas? 40...41? Volvió a suspirar y sonrió con tristeza. Miró el reloj y la aguja mayor amenazaba cada vez con más saña. Entró a la cocina y su amigo ya estaba dormido, le hubiera cambiado el lugar sin pensarlo siquiera. Te voy a extrañar, le dijo en voz alta, el perro le dedicó una mirada y se volvió a dormir. Esperó oír la llave en la puerta de entrada para salir por la cocina y evitar el encuentro. Salió silenciosamente y presionó el botón del ascensor. Pudo escuchar su voz menguada tras la puerta “¿tu dueño no llegó?¡qué mar de pelos por favor, qué desastre...!” Escuchando sin oír la cantilena de siempre, apoyó el mentón en el hombro y miró su casa sin poder definir lo que sentía. Entró lentamente al ascensor mientras oía el olfateo intermitente del perro contra la ranura de la puerta. ”Te voy a extrañar” volvió a repetir en un tono apenas perceptible. Los olfateos comenzaron a alternarse con rasguños intensos contra el marco, “estás delatándome”pensó.
El ascensor se cerró y el espejo le mostró una sonrisa desvanecida. Limpió sus lentes, cargó el bolso y metió su mano libre en el bolsillo...
Planta baja, el gong, ladridos lejanos, el inofensivo reloj, la puerta, el viento en la cara...
Annabel

viernes, 9 de enero de 2009

Dolor adentro


Lloraba hacía horas, había perdido noción del tiempo. Los recuerdos buenos y amargos la habían enredado y la hacían presa una vez más de aquel dolor persistente. Esa tarde decidió arrancárselo, dejarlo salir para siempre, llorar lo que fuera necesario por última vez. Dolor de cabeza, una fatiga extraña, sollozos, inspiraciones involuntarias cada vez menos violentas parecían acreditar su teoría, estaba funcionando. Pensó por un momento cuanto más sencillo sería todo sin aquel peso descomunal. Se estiró en la cama cambiando de posición, presionó sus ojos con las yemas y recorrió las cuencas lentamente secando la humedad, llegó hasta las sienes masajeándolas en forma circular y se convenció de que estaba funcionando. Movió apenas la cabeza hacia la derecha, una lágrima rodó por la mejilla y cayó en la almohada, la del otro ojo quedó presa entre el extremo interno y el caballete. Sos la última pensó, la última, rodó la cabeza lentamente como preparándole una despedida lenta pero definitiva. De cara al techo, sintió que empezaba a delinearle el párpado inferior.
El día gris y ventoso volvía a la memoria, la salida del teatro, Mariana revoloteando con sus alas de mariposa...
-¿Te largaste igual con este día?- La miró sin responder, nada le iba a impedir verla actuar por primera vez.
-¿Querés que te lleve papá?
- No- dijo en un tono áspero - estoy bien- le aseguró, mediante su gesto típico de bajar el mentón y levantar las cejas.
El surco parecía quemarla, cada milímetro que avanzaba parecía que se llevaba la piel también, vino a su mente la imagen de la manteca rebanada por el cuchillo, encaracolándose, su piel así se estaría levantando. Que la arranque pensó, pero que se vaya...
-Estuviste bárbara pichona !!!
-¿Me sacaste fotos abu?
-Una cantidad... pero todavía me quedan... parate contra el afiche y te saco otra...
-No no, que mamá nos saque una a los dos...
El ardor la sacó del recuerdo y la instaló de nuevo en ese dolor empecinado, era una lágrima como tantas que habían rodado esa tarde, era una más, pero ésta quemaba en cámara lenta.
-¿La señora Mónica?
-Si, soy yo ¿quién habla?
- Le hablamos de sala de emergencias, no se alarme...no se alarme...
Las palabras se perdían en un eco cada vez menos perceptible. Volvió a la lágrima. Seguía allí, avanzando lentamente. Parecía saber que sería la última, era como un juego macabro que combinaba tortura y obstinación, pero encerraba una profunda esperanza de alivio.
-¿No le comentó nada sobre los últimos estudios?
-Me dijo que no eran muy distintos a los anteriores, me mostró unas recetas de la medicación de siempre...
-¿Y del tratamiento? Le advertimos que era urgente...
-No, no me comentó nada...
Un movimiento involuntario deslizó la lágrima, dejándola presa unos instantes en el hueco formado por el borde superior del pómulo, sintió que era gigante y que empezaba a desbordarse.
-¿Lo puedo ver?
- Si, por supuesto, pero está sedado.
Intentó recordar una y otra vez cuales habrían sido las últimas palabras que cruzaron, todas eran imágenes recortadas, la tarde del teatro, las fotos, recomendaciones de tránsito, no pudo precisar un orden exacto. La lágrima ahora atravesaba la sien a ritmo acelerado.
Una lluvia pertinaz diluía su encogida imagen tras el vidrio del auto, Mariana que le confirmaba su infinito amor a voces, la bocina anunciando su retirada y sus manos lanzando besos y saludos de despedida configuraban toda la escena. Así decidió recordarlo.
La lágrima se detuvo al borde del oído, la sintió bambolearse al compás de sus latidos, contuvo la respiración, un segundo más y recobraría la paz, pero la ruta del dolor erró el camino, se arrastraba ahora oído adentro, quemando sin piedad, perdiéndose en lo profundo...