viernes, 26 de diciembre de 2014

Mañana sin falta…

Abrió el placard y sorbiendo lentamente un té, recorrió con la vista las perchas de las polleras. Sacó la de pied de poule  y levantó la mirada a los estantes de los buzos. Deslizó los dedos por las distintas pilas y se detuvo en el verde. Lo tiró en la cama y se imaginó dentro. Separó un par de botas de cuero y supervisó las condiciones del abrigo. El té estaba particularmente exquisito. Se sentó al borde de la cama, cruzó las piernas y decidió terminarlo sin apuro, tenía tiempo todavía.
El ascensor se abrió y en simultáneo al ruido del metal de las puertas, retumbó la grave voz del doctor  Duarte  por el pasillo. “Porquerías chinas descartables”, fue lo último que dijo antes de dar el paraguas contra el piso y patearlo hacia el rincón. Avanzó  con las llaves en la mano, se paró frente a la puerta de su clínica y miró la hora. Pegó la frente a la puerta y suspiró profundamente.
“Buenas tardes doctor”, le dijo su asistente antes que terminara de entrar. “Buenas”, respondió apenas y siguió  muy apurado  hacia uno de los consultorios, con  el portafolio hacia adelante como si fuera abriéndose camino. Se trancó y pidió que no lo interrumpieran.  Necesitaba ver otra  vez  los resultados…
 Mientras miraba la lluvia pasaba la lengua por el paladar áspero, disfrutaba de esa sensación particular que le dejaba el té bien cargado. Ver correr a la gente la ponía nerviosa y sólo pensar que en un rato sería parte de aquella carrera demencial, la abrumaba. Bajó las cortinas con mucha pereza y decidió empezar a aprontarse. Preparó una bañera bien caliente y se hundió entre la espuma. Segundos después sacó su cabeza, y llevó su pelo hacia atrás pegándolo a la nuca, estiró su brazo izquierdo hacia arriba,  torneándolo lentamente de un lado a otro, le encantaba ver como los pompones de jabón bajaban acariciándola, hasta podía detenerlos con sólo flexionarlo…y dejarlos seguir…o soplarlos y hacerlos desaparecer…y hacer lo mismo con el otro brazo… y apoyar su cabeza en la bañera… y escuchar… Naná Mouskouri  cantaba desde la sala.
“Doctor…ya llegó el tercer paciente…” sonó como en susurros desde el intercomunicador. “En cinco minutos haga pasar al primero”, contestó sin apartar la vista de los papeles. Se tiró para atrás y  empezó a repasar su día  al compás intermitente del golpe de la lapicera en el escritorio. El reloj había sonado a las siete, se sentó en la cama y calculó que tenía veinte minutos para llegar, se levantó,  bajó a la cocina y tomó tres tragos del café que lo esperaba humeante, las tostadas quedaron sin tocar, recordó que hasta imaginó el placer de la mordida crujiente, pero no tenía tiempo…  y en este punto rebobinó un poco el recuerdo: había salido sin saludar…   Condujo muy rápido hasta llegar a la avenida, después, un par de semáforos en rojo lo habían puesto definitivamente de muy mal humor,   estacionó en la calle, cruzó  y entró al hospital. Una guardia muy complicada…sumamente complicada…eterna…  el hambre que sintió, fue el aviso que era hora de irse, compró una porción de pizza en la cantina y la comió mientras volvía a la calle. Había empezado a llover, recordó la paradoja y sonrió…tanta agua alrededor y yo muerto de sed, había pensado… el laboratorio tiene dispensadores, en cinco minutos estaría allí… ¿qué pasó después?  El trayecto lo había borrado… la sed lo concentró en sí mismo…no recordaba como había llegado al laboratorio, pero sí el placer de los dos vasos de agua fría que tomó  en la sala de espera…el gesto amable de la asistente…el sobre… el diagnóstico…tampoco recordó como había llegado hasta acá, hasta su clínica, hasta el consultorio…  “Doctor…perdón… me dijo la muchacha que pasara…” una mujer muy vieja le extendía la mano con una sonrisa entrecortada…doctor… ¿está bien?... la anciana inclinó su cabeza hacia el hombro izquierdo, como desorientada, el doctor la miraba, hacía esfuerzo por escucharla pero no podía… una de las tantas gotas de lluvia que pendía de su pelo blanco cayó en la solapa, se deslizó y demoró una eternidad en caer… ¿doctor…?

El agua se había enfriado y las yemas  estaban llenas de surcos…”hora de salir” pensó…  Toalla, peine, cremas, secador…ritual estricto que cada vez insumía más tiempo. Volvió al dormitorio para vestirse y de nuevo observó satisfecha su elección. La ropa interior, las medias de lycra, la falda, las botas…mientras subía el segundo cierre, pensó cuanto más práctico hubiera sido ser hombre…se paró frente al espejo y dejó para el final el buzo…el brazo izquierdo, el derecho, la suavidad del tejido bajando por su cuerpo y la caricia lenta en la cara, sacó con cuidado el pelo hacia afuera y un placer tibio le envolvió el cuello…deslizó sus palmas por el talle y suspiró…sólo faltaba perfume…

El octavo paciente fue el último. El día más largo de su vida parecía estar terminando. Colgó la túnica en el perchero y apretó el botón del intercomunicador. “Solicite una reunión  urgente con el doctor  Del Valle por favor…”  “estamos a dos días del ateneo doctor… ¿igual solicito una?” “si” respondió,  pensó en no dar explicaciones pero igual agregó: “es por otro asunto…”

Ya no llovía, el paraguas definitivamente sería una carga, fastidiada avanzaba calle arriba intentando evitar las baldosas flojas, miró su reloj pulsera y bajó el ritmo de su paso, sólo estaba a dos  cuadras y a diez  minutos de la cita. Una viejita avanzaba lentamente en la misma dirección  unos metros más adelante, a modo de péndulo se bamboleaba  hacia los costados, los zapatos desbocados  se rellenaban en cada envión lateral,  y el abrigo gastado y muy largo parecía que iba a meterse en los huecos que iban dejando los pies a cada paso. Cuando se disponía a rebasarla, sintió que la mujer la miró y se detuvo, “pobre…capaz que la asusté “pensó, le sonrió como pidiendo disculpas y se adelantó, la fachada del edificio de la clínica se distinguía media cuadra más adelante.
Bajó del ascensor con el abrigo en el brazo y sin el portafolios, giró a la derecha y antes de bajar los tres escalones que lo separaban de la puerta de entrada, la vio aparecer tras los vidrios… siempre elegante…siempre hermosa…siempre perfecta…siempre…mientras giraba la llave pensó en el absurdo de la palabra que quedó retumbando en su cabeza…
“Hola doc” le dijo con una sonrisa, mientras le rodeaba el cuello… “¿Qué tal tu día?” Él fingió una mueca indiferente y la besó en la frente…”rutina…” contestó. Ella lo miró a los ojos y pudo percibir algo extraño pero no insistió. “La mesa de siempre está reservada”, le dijo ya tomada de su brazo orientándose hacia la dirección del restaurante. “Muy bien” dijo él mientras se ponía el abrigo. “¿Pudiste levantar mis estudios?” preguntó ella  en tono casual mientras acomodaba el cuello de su buzo. “No”…dijo él…”estuve muy entreverado a mediodía…mañana sin falta paso…”  Encogió los hombros resignada, el tono indiferente no la sorprendió. “Mañana sin falta” repitió para sí… suspiró profundo, ajustó su bolso en el hombro y perdió la vista hacia adelante. En sentido contrario, a pocos metros una figura avanzaba hacia ellos… desalineada, bamboleante, dentro de unos zapatos enormes, ahí estaba la vieja como péndulo de nuevo, ahora de frente, regalándole una sonrisa desdentada. “¿La conocés?” preguntó él,  entrecortando curioso la marcha. “No” respondió ella…     Esta vez, la vieja no se detuvo…